
Me niego a tener certeza. Esto es una apuesta; y las apuestas no sirven para nada. Ni tienen por qué servir para algo, tampoco. ¿Por qué no aceptar que todo lo que hagamos pudiera ser inútil...? Vale la pena -la pena- arriesgarse y lanzarse. Insisto, no tiene por qué servir de algo. Servir es también servidumbre. ¿servirle a quien? ¿servir a quien? Por qué no ir por el mundo desnudos, vulnerables, aceptar que no sabemos nada, que no todo tiene que servir para algo... Solo dejar que todo vaya tocando tu corazón, que eso te conmueva, te movilice, te enamore, te maraville, te toque, te perturbe, te conecte, te destroce, te resucite, te inicie... E Insistir, insistir en crear, en batallar, en jugar este juego, en ablandar el ladrillo... Ahí está nuestro corazón. Y nuestro hígado. Y sí! Y sí, llorar, berrear, enbroncarse, dudar... Y darle una oportunidad a lo inesperado... Y asombrarse. Todo puede ser digno de sorpresa. Pero la capacidad de asombro no le sirve a nadie. De hecho, puede estorbar bastante. Y, por qué no abrirse a recibir los regalos que se ocultan por todos lados, a veces con envoltorios tan oscuros, o impensables... Y dejar algo de espacio para confiar. Confiar en que hay un piso de arriba con gente que canta y que tampoco nos sospecha. Confiar en que somos muchos, más de lo que imaginamos siquiera. Confiar en encontrarnos. Y en lo bellamente inútil de nuestros mutuos actos inútiles... El valor no está en la utilidad, está en el ser. El valor no radica en que me sirvas para algo, está en que existas. Y en saber que podemos no llegar a ninguna parte, pero que el camino lo hicimos en buena compañía... Y que disfrutamos de la belleza y de la tristeza del camino. Porque la tristeza es triste, pero también nos recuerda que tenemos corazón. Ese mismo que olvidamos cuando estamos tan ocupados en (la cabeza de) ser útiles. La utilidad te hace vendible, tasable en el mercado. Y yo no quiero comprar a nadie. Ni quiero venderme. No somos objetos, ¿por qué comportarnos como tales? ¿por qué pisar el palito, la trampa? Me niego a comprarme y tragarme este pastelito, esta noción de mundo. ¿Por qué, si siento el latir de la cucharita; la puerta; la polilla? No puedo negarlo, ni puedo dejar de sentir que la permanente batalla de las luchas inútiles vale la pena. Y que es permanente e inútil dar la batalla, pero que vale la pena arriesgarse y lanzarse. Después de todo, ¿quien dijo que tenía que servir para algo?
2 comentarios:
Gracias por existir..........
Pasé por aquí y me encantó este texto Ximena. Gracias por él, me recordó muchas cosas.
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