
Si algo hay que reconocerles, es que los lagartos tienen persistencia. Pareciera que siempre andan por ahí, esperando un descuido para infiltrase en una buena relación, en un día glorioso, en un corazón sensible. Esta semana no fue la excepción (de hecho en las últimas semanas los lagartos de nivel internacional no han tenido nombre).
Continuando. Esta semana no fue la excepción. Y se sentían rondando por ahí, con su cuchicheo molesto, con su ser indeseable. Pero esta semana también presencié nuevos descubrimientos. Porque los lagartos causan miedo, tristeza, rabia, impotencia, angustia. Y de esa manera parecen (o creen) oscurecerlo todo, reducirlo todo, terminarlo todo. Pero no.
Y entonces, una opción es dejar entrar al amor (aunque el amor, por ventura, suele hacer su entrada sin mediar burocracias o permisos de por medio…). Y vincularse, encontrarse, dejarse tocar por otro, afectarse (eso es el afecto, después de todo…, dejarse –maravillosamente- afectar por otro!!). Recibir al amor, en cualquiera de sus formas, con cualquiera de sus señales, venido desde los lugares más insospechados. El amor es una fuerza tan potente, tan poderosa (y tan bellamente inútil, no puedo evitar mencionarlo…, ja!). Parece darle un masaje a nuestro cuerpo, una caricia, un bálsamo, una luz, un calor, una alegría, un sobresalto… Bella forma de contrarrestar los efectos lagartos: con la incondicionalidad, la blandura, la expansión propia del amor.
Y un maravilloso primo -o ropaje, quien sabe- del amor, es el humor. Es la vuelta de tuerca, el cambio de mirada. Darle liviandad a la gravedad. Porque no se puede vivir con tanto peso siempre. Y si hay Fuerza de Gravedad todo el tiempo, ¿por qué no dejarnos llevar de vez en cuando (y de cuando en vez) por la Fuerza de Liviandad del humor? El humor nos libera. Y no modifica necesariamente las cosas, pero si le cambia la energía a una situación. Y la mirada. Nos hace disfrutar de lo ridículo que puede ser todo (incluidos nosotros mismos). Y le vuelve más inestable el piso a lo lagarto y torna más relativos sus efectos. El humor es poderoso (por algo se le teme, se le critica, se le trivializa). Pero igual que el amor, no le pide permiso a nadie para aparecer y revolucionarnos, y movernos con sus efectos.
Así que, en la mañana del jueves, por ejemplo, fue espontáneo quejarse de lo lagarto y reír recordando al Lagarto Juancho de mi infancia. Y pobre, él en verdad no tiene nada que ver... pero… me armé de valor y grité: Ándate de aquí, Juancho!!!. Y la verdad me hizo mucha gracia (a mi y a un muy querido amigo victima contingente de la lagartidad también). Y me reí mucho, y entonces lo lagarto pareció reducirse a lagartijitas que huyeron avergonzadas de si mismas. Huyeron. Se fueron. Por lo menos esas… porque sin duda, ya vendrán otras. Pero… aquí las estaremos esperando si regresan… con este bello arsenal de humor y amor disponible y a la mano…
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