23 julio 2006

La Mítica Historia de los Paraguas Con Orejas (O la sabiduría china nos espera a la vuelta de cualquier esquina...)

El año pasado tuvo lugar una anécdota que añadió un símbolo inolvidable a una cierta hermandad espacio temporal de la que fui parte. Sucedió un martes, dato adorablemente inútil para efectos de la historia. En fin. Salía del trabajo alrededor de las 7 de la tarde y me sorprendía una incipiente lluvia; de aquellas incalculables como para salir con paraguas en la mañana. Tenía planes de seguir ruta por un par de lugares pero la idea de mojarme no me hizo gracia. (Lejos quedaban esos tiempos -de nuevo cercanos- en los que recorría largos trechos recibiendo feliz el agua de lluvia, preguntándome por qué la gente corría y se resistía tanto a un poco de agua...) Esta vez busqué afanosamente un lugar para comprar un paraguas. Todo cerrado. O paraguas agotados. (!!!) De pronto recordé mi tienda china favorita. Me gusta comprar té ahí, pero recordé que tienen prácticamente de todo; y me decidí a ver si había suerte. Entré y le dije a la señora china: ‘¿Tiene paraguas?’ Me miró un rato en silencio, hasta que, dubitativamente se decidió a decirme:”Si, peroo... son para niños...”. Yo también me quedé un rato en silencio. No sabía como interpretar su aparente resistencia. Al final le dije ‘Démelo, no importa!’ con tono de ‘da lo mismo, necesito un paraguas’. Volvió a callar, para luego mirarme profundamente y decir: “es que tienen orejas...”. ¡¡¡¿¿????!!! Creo que retrocedí del asombro, y dije: ‘¿¿cómo ... orejas??’ Y entonces me mostró un paraguas con cara de gato y unas (no menores) orejas sobresaliendo del medio, en terceradimensión. Con escándalo!. ‘No, entonces no lo quiero. Gracias.’ Le sonreí (sintiéndome una tonta),me di media vuelta, y entonces, cuando me disponía a irme, sentenció desde sus profundidades chinas: “Yo prefiero hacer el ridículo que mojarme, eh?...” Ese fue el bastonazo final en la cabeza. ¡¡Obvio!! Yo había entrado a buscar un paraguas y el detalle nimio de un par de orejas me hacía capotar. Tenía toda la razón. Me guardé el ego en el bolsillo, le agradecí tener toda la razón y le compré el azul con orejas (y pasé, días más tarde, a comprar uno amarillo y otro rojo para el resto de la hermandad de los paraguas con orejas que disfrutó como yo con esta anécdota...). Lo más divertido de la historia, fue que no tuve posibilidad de usarlo esa noche, porque, cuando salí de la tienda, dejó de llover...

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