06 junio 2006

Se vino abajo la persiana (lo rotundo de la creación...)

(Para la Cordo y el Jano, en especial...)
Ser parte de un proceso de creación -personal o colectiva- puede ser una experiencia tan intensa y profunda que deja huellas inolvidables. Porque uno se abre a que algo nuevo surja, quien sabe desde dónde, quien sabe cómo; y sin duda quien sabe para qué. Y cuando uno (se) permite abrir esa puerta y dejar que la creación ocurra; los resultados, sin lugar a dudas sorprenden...

Cuando pienso en procesos de creación propios, se me viene muy vivamente el recuerdo de “Se vino abajo la persiana”, una creación colectiva que hicimos con un grupo de teatro autogestionado en los lejanos tiempos de la U.

“Se vino abajo la persiana” resultó ser un proceso de creación que no dejó de sorprendernos hasta el final. Con mi socia y co-protagonista tuvimos la suerte de contar la una con la otra; y con la dirección (orientación, apoyo, facilitación, contención y tantos otros verbos) de un genuino maestro en las artes de la creación (aunque probablemente a él le daría pudor este apelativo...). Esta sabrosa mezcla, con altas dosis de entusiasmo, compromiso total y jugado, cariño, confianza y complicidad por parte de los 3, fue tierra fértil para una creación colectiva intensa, potente, no exenta de magia y de magullones. De hecho, su extraño nombre proviene del primer y sorprendido encuentro entre los 2 personajes, que culminó en una batalla campal en plena oficina de la Torre de gestiones administrativas de la Chile (donde ensayábamos), y la consiguiente ruidosa, rotunda y dolorosa caída de la persiana encima de estos 2 personajes, y sus respectivas actrices...

Las sorpresas venían desde el inicio, cuando a lo largo del proceso de creación, mi socia y yo fuimos testigos del surgimiento de estos 2 personajes, muy desde dentro, y sin embargo, sin saber muy bien de quienes se trataba (y desde donde nos venían). Sorpresivo también (y doloroso, por la persiana...) fue el primer encuentro entre ambas. Sorpresa fue ir descubriendo progresivamente que se trataba de una muñeca a cuerda y una marioneta... Sorpresa fue descubrir que eran las únicas dos habitantes de una juguetería probablemente clausurada hacía tiempo... Sorpresa de sus interacciones, sorpresa de haber sido observadoras participantes de cómo se desplegó por completo la historia por sí misma y a su antojo, a través de los meses de creación vertiginosa.

La culminación más interesante que tuvo este proceso para mi fue el estreno y única presentación de la obra:
30 de diciembre de 1991. Nueve de la noche. El (selecto) público invitado de pie, instalado (nerviosamente) en la pequeña terraza del piso 22 de la mencionada Torre de la Chile. Una brisa veraniega y fresca acaricia a la concurrencia, que a través de los marcos de las ventanas (sin vidrios) puede ser testigo de la metamorfosis de esta oficina, por un breve momento transformada en juguetería. Y de pronto sucede: empieza la obra borrando del mapa a las actrices, que ceden por completo sus cuerpos a estos dos personajes, que a su vez se abandonan por completo a la historia que se despliega como si hubiera estado escrita desde siempre. Y ya desplegada la historia, es como si recién despertara cuando me veo bajando por la escalera de incendios del piso 22 al 21 -punto de intersección y rito de paso entre esta marioneta (recién liberada de sus elásticos y de la prisión de su juguetería-cárcel) y la actriz (¿yo?).

Más allá de la infinidad de riquezas que recibí con la construcción del personaje y todo lo que me devolvió de mi misma en esa época; más allá de la superpoderosa experiencia de construir verdaderamente algo nuevo con otros desde lo más profundo, genuino y jugado de quienes participamos con el alma en ese proceso; más allá de todo lo útil y enriquecedora que fue la experiencia...

...Agradezco la sutil y rotunda experiencia de saber que esa única presentación para un grupo mínimo, fue suficiente y terminó de darle sentido a todo. Porque la creación se produjo. Y a través de una alquimia frágil y sutil, quedó materializada para siempre en ese momento único (nocturno, estival y ventoso) que la dejó amarrada indeleblemente a mi corazón. Y al placer y al gozo sorprendido de haber creado.

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