07 julio 2006

Amores Gatos (o la gatidad empieza por casa)









(Particularmente para Cosme, el comelapices...)

Desde la Cucha -mi temprana primera gata de la vida- hasta Cosme, mi actual compañero de ruta felino; pasando por la absolutamente ídola Patuca –de la cual, creo, fui su gata en los antiguos tiempos en los que ella encarnaba como humana egipcia… Han pasado muchos y muchas felinidades por mi vida. Cada uno ha dejado huella indeleble.

Un gato no se posee. Lo dice hasta el sentido común. Lo dijo bellamente Neruda (y lo supe gracias a un perruno amigo…). Un gato acepta ser nuestro par en algún afortunado momento de la vida; y como todo buen vínculo, este se mantiene sin intereses de por medio. Solo por afecto, por complicidad. Después de todo, los gatos tienen esa maravillosa particularidad de ser tan autónomos que no necesitan-técnicamente- de ningún humano para vivir. Cazan, se mueven, fluyen. Seducen.

La Cucha derribó de un plumazo (como después lo haría con unos cuantas aves que pilló volando bajo) todos esos viejos miedos, mitos y prejuicios gatofóbicos y ¿caninofilicos? tan comunes que me habían rodeado hasta entonces. Que eran “engañosos” o “crueles”, por ejemplo. Porque esto de que son “demasiado” independientes ni en esos precoces 5 años me parecía un defecto, la verdad.. Su autonomía, de hecho, me parece maravillosa. Y es cierto que no se poseen. Se rebelan a ser “un objeto-mascota”. Y todo con un estilo único y particular. Tan propio. Tan distinto uno al otro. Porque hay tantos gatos como mezclas de características gatunas puede haber. Los hay cariñosos, o juguetones, místicos, barsas, sensuales, pacientes, inquietos, golosos, huraños, remolones…

Y puedo dar fe de ello. Sin temor a exagerar, es fácil que por mi vida hallan pasado más de 100 gatos significativos. Ello no porque sea vieja (¡por favor!), sino por la presencia constante de gatos en mi vida desde los 5 años; un patio grande durante mi infancia y adolescencia; y una carencia absoluta de control de la natalidad… En la práctica, la Cucha dio origen a la que sería la “Primera Dinastía” que duró 15 años de felina convivencia. Y la multiplicación de los gatos se resolvió mucho mejor bajo sus propias búsquedas que por las nuestras: cuando el número excedía lo gatunamente razonable, ellos mismos se buscaban algún nuevo lugar, con una sabiduría increíble. Se iban de a poco, y un día, ocurría un especie de rito de despedida. Algunos volvían periódicamente a vernos. De muestra un botón: “Pepa” y “Corchito”, madre e hijo exageradamente cariñosos, que fueron sorprendidos in fraganti por mi, sobre dos cojines, cargados cada uno, por una pareja de hindúes que los paseaban por la calle con un amor infinito… Nada que decir…

Después de haber convivido estrechamente con la “Primera y Segunda Dinastía” gatuna en mi vida, tengo una cantidad de historias cercana al infinito para contar. Daría como para “El Blog de los Gatos” o como para que me contrataran como guionista de películas de Disney, pero…no. Por ahora es todo cuanto develaré.

Solo agregaré el detalle maravilloso que me ha ocurrido de reconocimiento de otros humanos/gatos como yo. Porque los amigos de gatos podemos reconocernos. Olernos. Detectarnos. Es un estilo de acercamiento. Una energía. Es una sutileza de la mirada. De aproximación de a poco. Rodeando. Entrando en confianza progresivamente. Después de todo, un gato no suele darse en seguida, primero olfatea, conecta, mira, huele y luego, se acerca y toca… Algo similar pasa con la humanidad gatuna. Por otro lado, también detecto las particularidades propias de la humanidad que pertenece a otras especies animales... Pero eso da para otro texto…

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